Deambulaba por los pasillos del hospital, la muerte, eligiendo cautelosamente quien se iba y quien se quedaba. Era frustrante no poder salvar a todos. Frustrado y con las ganas inquietantes de teminar mi turno, fue cuando la vi. Bañada en color negro yacía sola en su camilla. Me acerque para acompañarla y me clavo su triste mirada.
“Fue la última vez que los vi.” susurró, casi como si quisiera decirme un secreto. En ese momento me empeñe para que mis oidos solo sean para su voz. la tome de la mano y le sonreí, así comenzó.
Sonreí para que me recuerden como una persona feliz, pero en realidad no lo estaba; sabía que no iba a volver a verlos. Y que ellos tampoco a mi. Estaba con mis hermanas menores, ambas estaban confundidas, pero yo sabía lo que estaba pasando.
Todo empezó en 1914, cuando una guerra se desató. Era todo un caos, todos los niños habíamos sido separados de nuestros padres. Era una dura imagen ver a los adultos llorar y a niños pequeños que no entendían lo que pasaba. Mi mayor miedo era que me separen de mis dos hermanas,que iban junto a mi en el tren , pensar que tal vez, luego de esto, no las volvería a ver.
La locomotora arrancó y todo quedó atrás, y no había nada que pudiera hacer al respecto. Me aferré a la ventana mirándolos fijo, esa iba a ser mi última imagen de ellos. Luego me senté en el asiento, abrace a mis hermanas, conteniendo las ganas de llorar, pretendiendo que todo estaba bien para que no se asustaran.
Al llegar a la primera parada mi corazón se detuvo, entraron militares a los vagones para hacer bajar a los varones. Luego de varias paradas llegamos a España.
Bajamos del tren, y unas personas se dirigieron hacia nosotras, chequearon nuestro número de identificación y nos llevaron a un carruaje, los caballos que lo arrastraban me recordaban a los que tenía en mi hogar. Todo me recordaba a mi antigua vida y me afligía saber que en estos momentos estaba comenzando una nueva.
A medida que nos alejabamos de la estación la ciudad se transformaba en campo, en el último transcurso solo se veían pastizales y algunos arbustos. Mis hermanas parecían felices de estar allí. Creian que era tan solo unas simples vacaciones lejos de nuestros padres. Pero desgraciadamente, no lo eran.
Luego de muchas horas de viaje llegamos a una casa en el campo, muy lujosa. Era enorme, incluso más que mi vieja casa. Tenía un establo lleno de caballos y una arboleda. A lo lejos, en la entrada de la casa, pude distinguir a dos personas mayores que parecían querer acercarse hacia nosotras.Nos saludaron amablemente, pero no podíamos entender lo que nos decían. Su aspecto era muy parecido al de nuestros abuelos, una señora de piel arrugada con cabello largo y canoso, de cara triste, llamada Nélida. Su marido era robusto y calvo, con cara de amargado, aunque simpático, se llamaba Adolfo.
El tiempo pasó, aprendimos de sus costumbres y su idioma, y nos ganamos su afecto. Pero aun asi no se comparaba con el amor de mis padres. Por las noches soñaba que nada de esto habia pasado y que seguíamos con ellos y despertaba empapada en llanto al caer en la realidad.
En la casa teníamos una rutina, despertabamos temprano por la mañana para comenzar los labores campestres. Bañabamos a los caballos, recolectabamos los huevos de las gallinas y ordeñabamos a las vacas. Por la tarde, Nélida nos educaba. Y por la noche hacía dormir a mis hermanas con una canción que mamá solía cantarnos.
Los meses pasaban, y mis hermanas empezaron a extrañar a mis padres, me preguntaban donde estaban y si iban a venir por nosotras, y siempre contestaba lo mismo: “Ellos también nos extrañan, ya van a venir por nosotras.”
Una madrugada desperté decidida, escapariamos de allí e iriamos en busca de nuestros padres. Esta vida no era mala, nuestros padres adoptivos nos amaban como si fuesemos sus hijas. Pero nosotras no podiamos amarlos de esa manera, ni aunque quisiéramos. Nuestra huida era la llave a una puerta, una puerta llamada esperanza. Yo estaba convencida en que nuestros padres estaban muertos, pero no podía afrontar esa realidad, ¿quién tiene el valor de decirle a una niña que las personas que más ama, no están más con ella? Era por esas niñas, que me arraigue rápidamente a la esperanza de que aún ellos existían.
Hacía frío esa mañana, una mañana que nunca podré olvidar. Les escribí una nota a Nélida y Adolfo, agradeciéndoles por todo y que no debían preocuparse por nosotras. Satisfecha, desperté a mis hermanas y salimos. La helada brisa quemaba nuestros rostros, nos alejamos de la casa y nos perdimos en la niebla. El viaje a la estación de tren era largo, no podía esperar a llegar. Muchas veces nos encontrábamos con militares que deambulaban por allí y debíamos escondernos. Si nos encontraban nos llevarían de vuelta a la casa, y todo hubiese sido en vano. Pasamos muchas horas caminando, nuestros pies y piernas gritaban que nos detengamos. Pero cada vez que quería parar, mis hermanas me miraban fijo, enojadas y repetían que cuanto más tardemos más faltaría para ver a nuestros padres. Que gran poder la esperanza, y siempre había pensado que el miedo era más poderoso que cualquier sentimiento.
El trecho se volvió monótono, hasta que aviones de guerra rompieron con esa cualidad. Al verlos mis ojos se agrandaron y quede inmóvil. No emitieron sonido, pero yo los vi, eran aviones enemigos. Mis hermanas, no pudieron verlos, ellas siguieron con su firme marcha. No habían notado que yo los había visto. Pero para cuando pude reaccionar, ya era muy tarde. Las niñas tomadas de la mano, desaparecieron en humo y en un ensordecedor sonido. Esa fue mi última imagen de ellas.
Sus ojos perdidos, se volvieron hacia mi y rompió en llanto. La abrace para contenerla, pero ni un abrazo ni un “todo va a estar bien” le devolvería a sus hermanas.
Cerró los ojos lentamente y se hundió en el profundo sueño.Lo que había empezado con una sonrisa termino con lagrimas. Y si, quien iba a esperar finales felices en época de guerra. Porque a quien no se lo lleva, le deja cicatrices.
Allí dió su último suspiro, en mis brazos, ahogada en la culpa, el dolor y la soledad. Sin saber que fue de la vida de sus padres y sintiendo total responsabilidad por la muerte de sus hermanas. Al fin y al cabo, todos se reencontraran allí arriba, donde las nubes manchan el cielo y no hay maldad alguna.